Vi la luz por primera vez en una de las pequeñas aldeas que rodean Darnassus, Aldrassil. Allí nací sí, pero no permanecí mucho tiempo. A la pronta edad de 1 año me separaron de mis padres, o mejor dicho ellos fueron separados de mí. Una guerra contra la Legión Ardiente comenzaba. Mis padres, grandes elfos de la noche guerreros, fueron convocados por Tyrande Susurravientos para la defensa de la capital de los elfos nocturnos. Yo fui confiada al cuidado de una joven sacerdotisa, Alathea. Ella fue para mi como una hermana, me cuidó y educó tal y como desearía cualquier niña.
Crecí cultivándome en las artes de la naturaleza, siempre correteando por los Jardines del Templo y leyendo libros mágicos que lograran ahogar el estruendoso clamor y los ecos de la terrible guerra. Así, aprendí los oficios que conseguirían hacer de mí una elfa instruida en el arte de la alquimia y la herboristería, por mi aguda afinidad con la naturaleza y sus elementos. Criada en una burbuja de cristal a penas era consciente de que fuera de aquellos muros, acechaban terribles criaturas y acontecían hazañas y derrotas que cambiarían el curso de mi existencia. Mi destino, o al menos aquel con el que yo había soñado, era convertirme en sacerdotisa del Templo de la Luna. Más nuestro hado no va dictado por ninguna de las razas de Azeroth, una fuerza oculta los mueve, mezcla las vidas de unos y otros, jugando con las estelas de nuestras direcciones. De este modo fue como me encontró el azar, ingenua i distraída. Un destacamento de Draeneis había llegado a la ciudad; La Alianza necesitaba más gente para su lucha, la gente, en cambio, necesitaba más esperanza.
En ese momento descubrí que no podía quedarme a salvo bajo la protección del Santuario de Elune. Decidí luchar, luchar por la Alianza. Pero ¿Cómo? Yo jamás había levantado una espada, ni siquiera había cazado nunca como hacían otros de mis hermanos. Estaba desesperada, clamé al cielo y a las estrellas, a los árboles, a las aguas, al mundo…
Entonces fue cuando él me encontró, llorando en el bosque de Teldrassil. Un muchacho a penas unos años mayor que yo extendió su mano, enjugó mis lágrimas y me subió al lomo de un hermoso sable de hielo. Me llevó a un improvisado campamento donde nos esperaban un humano brujo y a una jovencísima y candorosa druida. Me dormí al calor de una hoguera. Desperté y fue como volver a la vida, no sabía por qué pero sabía que allí era donde debía estar. Dejé mi hogar y mi familia atrás, sin despedidas, sin pesar, tan solo con un objetivo regresar cuando la paz estuviera restablecida en nuestra tierra.
Y así es como hallé la forma de ayudar a mis hermanos, siempre a la sombra, velando por su vida y por la mía. Vi caer a algunos compañeros a manos del enemigo, jamás lograré borrar la visión de su sangre manchando mis manos, sus rostros sin expresión y sus labios exangües. Todo empapado por mis lágrimas, lágrimas de sangre.
Me convertí en una sanadora, si no excelente al menos prometedora. Y ahora me dedico a luchar por la esperanza de algo mejor, por la paz y a defender la vida.